20100209

Fundación de los Cuentos de Hadas

Por Eduardo Galeano



En la primera mitad del siglo diecisiete, Jaime I y Carlos I,
reyes de Inglaterra, Escocia e Irlanda, dictaron unas cuantas
medidas destinadas a proteger la naciente industria británica.
Prohibieron la exportación de lana sin elaborar, hicieron
obligatorio el uso de textiles nacionales hasta en la ropa de
luto, y cerraron la puerta a buena parte de las manufacturas
que provenían de Francia y Holanda.
A principios del siglo dieciocho, Daniel Defoe, el creador de
Robinson Crusoe, escribió algunos ensayos sobre temas de economía
y comercio. En uno de sus trabajos más difundidos, Defoe exaltó
la función del proteccionismo estatal en el desarrollo de la
industria textil británica: si no hubiera sido por esos reyes
que tanto ayudaron al florecimiento fabril con sus barreras
aduaneras y sus impuestos, Inglaterra hubiera seguido siendo una
proveedora de lana virgen a la industria extranjera.
A partir del crecimiento industrial de Inglaterra, Defoe podía imaginar
el mundo del futuro como una inmensa colonia sometida a sus productos.
Después, a medida que el sueño de Defoe se iba haciendo realidad, la
potencia imperial fue prohibiendo, por asfixia o a cañonazos, que otros
países siguieran su camino.

-Cuando llegó arriba, pateó la escalera –dijo el economista alemán Friedrich List.

Entonces, Inglaterra inventó la libertad de comercio: en nuestros días, los países ricos siguen contando ese cuento a los países pobres, en las noches de insomnio.